Ocurrió en invierno, no podría haber sido de otra manera.
Ella los odiaba.
Eran los culpables del frío que sentía,
de los días de lluvia y zapatillas mojadas,
de la niebla húmeda y pegajosa,
de la ausencia del sol.
Los culpables de su ausencia.
Con una llamada de teléfono,
a las dos de la madrugada del 14 de diciembre
me enteré de que Marisa había muerto.
Con 29, 29 inviernos.
Joder, qué pocos duró.
Yo la quería, la amé.
Fue hace mucho tiempo ya.
Estuvimos juntos 3 años,
de los 18 hasta los 21.
Aún recuerdo su manera de tocarse el pelo,
o cuando le dio a locura y se lo tiñó de rojo.
Y porque la peluquera le dijo que para teñirse
de rosa chicle había que decolorarse que sino...
Jajaja... qué recuerdos...
Aquella tarde en el muelle,
cuando se enfadó conmigo
por tirarle una piedra
a un gato que pasaba.
Estuvo sin dirigirme
la palabra 3 horas.
Pero claro,
a esas edades
3 horas
no significan nada.
O quizá
lo lleguen a significar
todo.
3 horas, 3 años.
El resto de mi vida sin ella.
En estos 8 años no sé qué pudo haberle pasado.
Le perdí la pista
y ella me la perdió a mí.
Nos la perdimos porque quisimos.
Porque buscábamos algo más.
Algo más de lo que ya teníamos.
Y yo me perdí.
Y vinieron a buscarme.
Y me encontraron y me fui.
Y cuando ella vino por mí,
yo ya no estaba me había ido.
Cosas del destino.
Marisa me quería a mí
a quién sino.
Me contó Isabel
cuando me llamó.
Pero fue ella
quien me dejó.
¿Por qué lo hizo?
Le pregunté a Isabel.
¿Dejó algo?¿Llevaba algo?
Isabel hizo una pausa.
Sólo encontraron una pulsera
de cuero rota
en el bolsillo de su pantalón.
¿Qué pulsera, Isabel?
¿Las de aquel día en Astorga?
Ella la había conservado
todo este tiempo,
estos 8 años
¿Dónde estaría la mía?
Pensé que me habría olvidado.
Pensé que otro la amaría como yo
lo hacía.
O quizá mejor.
Quizá ella también lo pensó
y por eso me dejó.
Pero no.
Ella nunca me olvidó.
Y nunca nadie la amó como lo
hice yo.
Y tras 8 años sin vernos, Marisa,
se suicidó.
Abrió su balcón
y saltó.
jueves 17 de diciembre 2009.