Bajo el sol de la tarde, camino sin dirección.
En un pueblo, la dirección no importa demasiado.
La gente que esté, ahí va a estar.
Da igual dónde vayas, si están te los encontrarás.
Desde que tengo memoria, han estado allí.
Unos se van, otros vienen.
Hay otros que vuelven, porque la calle es así,
engancha.
Porque cuando te has criado sentada en los bancos
del parque o en la hierba,
hablando y riendo con todos por igual, no se olvida.
Y vuelvo, vuelvo a mi pueblo, vuelvo al parque,
vuelvo a sentarme en el templete.
Y aunque el tiempo ha pasado, todos nos conocemos,
todos sabemos quién es quién.
Y nos aceptamos así.
Sigue siendo lo de siempre,
lo que siempre seguirá siendo.
Sigue habiendo buena gente con sueños.
Sigue habiendo jonkis que también los tuvieron.
Los niños crecen y los que ya crecieron,
enseñan lo que saben.
Todo ésto pasa en la plaza de mi pueblo.
Con la gente que sale de casa cada día
y camina sin dirección.
Con la gente del parque.
Con la gente que acaba en el templete
de la plaza a la hora de cenar.
Y es auténtica, esa gente, esos momentos,
porque no queda ya nada que ocultar.
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