El autor comienza el texto buscando la característica común de todas las creencias religiosas conocidas: “presuponen una clasificación de todas las cosas, en que los hombres piensan, en dos clases o grupos opuestos”[1] lo sagrado y lo profano.
Con lo que nuestras creencias, mitos dogmas y leyendas, tan solo serán representaciones que nos permiten expresar la naturaleza de las cosas sagradas y sus relaciones con las virtudes y poderes atribuidos a esa sacralidad, como también, sus relaciones con las cosas profanas.
Qué determina la sacralidad de algo o alguien, puede tener tantas respuestas como tantas religiones existentes. Según la mitología el primer elemento sagrado, incluso antes que los propios dioses, es el sacrificio. Así por ejemplo, tenemos el caso del budismo que no venera a ningún dios, pero esa ausencia se sustituye con Las Cuatro Nobles Verdades y sus prácticas derivadas, que adquieren el grado de sacralidad que la figura de dios habría dejado vacante.
Tener noción de algunas de las características generales de las cosas sagradas, nos puede ayudar a distinguirlas de las profanas:
Normalmente se ha venido considerando, en la jerarquía de las cosas, a las sagradas, como superiores en lo que a dignidad y poder se refiere con respecto de las profanas y más concretamente superiores al hombre, en tanto que su humanidad no alberga sacralidad alguna. Debemos también tener en cuenta que no siempre lo sagrado nos subordina a su poder, sino que la sacralidad es muy variada y el hombre puede encontrar una situación cómoda.
¿Necesita el hombre a sus dioses? Tanto como los dioses al hombre y sus sacrificios.
La sacralidad de lo que consideramos sagrado, no es caracterizable, lo único que tiene lo sagrado en común con él mismo, es la heterogeneidad absoluta entre lo que percibimos como sagrado. Mientras que lo bueno y lo malo, como la salud y la enfermedad y la vida y la muerte, son “aspectos diferentes del mismo orden de hechos, lo sagrado y lo profano han sido concebidos siempre y en todas partes por la mente humana como dos clases distintas, como dos mundos que no tienen nada en común”.[2]
A lo largo de la historia se ha intentado separar en dos clases de cosas diferentes, situando a lo sagrado en el mundo ideal y trascendente y a lo profano en el material. Y parece necesario tener que metamorfosear el propio ser en un rito de iniciación en una religión, para poder entrar en este estado de sacralidad trascendental. Abandonando, el ser, el estado profano, al que consideran como enemigo hostil.
Vemos cómo el ascetismo místico, por ejemplo, arranca al hombre de los apegos que pueda tener del mundo profano. Ayudando al hombre al suicidio, ya que “la única forma de escapar por completo de la vida profana consiste, después de todo, en renunciar a toda vida”.[3]
Nuestra concepción mental de lo sagrado y lo profano no es más que una disociación, en la que sus contrarios no deben tocarse si desean conservar su naturaleza, mientras que al mismo tiempo han de tenerse delimitadas nítida, para hallar su propio sentido y el mutuo.
[1] The Elementary Forms of the Religious Life. Los fundamentos sociales de la religión. Emile Durkheim. 1912. Pág. 37.
[2] Op. cit. pág. 39.
[3] Op. cit. pág. 40.
en una sola comunidad moral llamada iglesia a todos aquellos que se adhieren a ellas”.[1]
¿El sentimiento unánime de los creyentes de todos los tiempos puedes ser puramente ilusorio?
La existencia de esta “experiencia religiosa” es un hecho extraño ya que, esta se define con la idea que los creyentes tengan de la religión. Hemos de someter estas ideas o impresiones a examen, para descubrir por qué la impresión del mundo, como idea sensorial, ha cambiado a una científica y conceptual. Esto se ve representado en la mitología de modos diferentes, pero hemos de darnos cuenta, de que es la sociedad quien causa estas sensaciones “sui generis” que componen la experiencia religiosa.
“Lo que hace a un hombre es la totalidad de la propiedad intelectual que constituye la civilización, y la civilización es obra de la sociedad. La sociedad no puede hacer sentir su influencia a menos que actúe, y no puede actuar a menos que los individuos que la componen se reúnan y actúen en común. Es por la acción común que la sociedad toma conciencia de sí misma y advierte su posición; es ante todo una cooperación activa. Las ideas y los sentimientos colectivos son posibles debido a estos movimientos exteriores que los simbolizan. Es la acción la que domina la vida religiosa, por el mero hecho de que su fuente es la sociedad”[2]
Nos apunta Durkheim, que las categorías fundamentales del pensamiento, así como de la ciencia, provienen de la religión.“ Si la religión ha originado todo lo esencial de la sociedad, es porque la idea de sociedad es el alma de la religión. En consecuencia, las fuerzas religiosas son fuerzas humanas, fuerzas morales”[3].
Parece, para el autor, que el hombre como la sociedad, solo puede darse si aquel se mezcla con la vida del mundo material. Le parece a Durkheim que los sentimientos colectivos se vuelven casi físicos cuando empezamos a mezclarlos con la vida del mundo material. Pero esto nos acaba pareciendo algo superficial, y no nos acaba de convencer.
Entonces, dice el autor que los elementos esenciales de estos sentimientos colectivos son tomados del entendimiento. Así cuando un curandero nos aplica un emplaste, por ejemplo, no nos percatamos de las operaciones mentales que está llevando a cabo. Toda religión es en alguno de sus aspectos espiritual, teniendo como objetivo principal la acción sobre la vida moral.
A quién no le gustaría vivir en una sociedad perfectamente buena donde reinasen la justicia y la verdad de manera perpetua. Pues eso es lo que todas las religiones persiguen, como un hombre persigue un sueño que alivia su sufrimiento real. Un sueño al que aspiramos, y al que aspiramos desde nuestro yo más profundo. Fuera de nosotros, estos sueños, no tienen realidad y no pueden ser explicados.
Pero lo que importa es que la sociedad ideal no puede explicar la religión, sino que la presupone. Y presupone también que tenga que haber algo en representación del mal, de hecho podemos ver, como los mismos dioses representan cosas como la guerra, la enfermedad, la muerte. En el cristianismo vemos cómo el mal también se ha hecho hueco en la figura de Satán, al que consideramos impuro y a la vez sagrado por su potencialidad.
Así la religión compila y refleja todos los aspectos de la sociedad real y en su misma proporción de tal manera que se sostiene y desarrolla.
[1] Op. cit. pág. 41.
[2] Op. cit. pág. 42.
[3] Op. cit. pág. 42.
Se dice de los hombres, a diferencia de los animales, que pueden por medio de la facultad para idealizar, de sustituir el mundo real por el del pensamiento. Como decíamos antes, los animales, a diferencia de los hombres, sólo pueden conocer el mundo que perciben gracias a la experiencia interna y externa. “Sólo los hombres tienen la facultad de concebir lo ideal, de añadir algo a lo real. Pero ¿de dónde proviene este privilegio singular?”[1]
Curiosamente, muestra definición de lo sagrado y lo ideal consiste en lo mismo: algo que se añade a lo real y que está por encima de ello. Así vemos, que si la vida colectiva despierta el pensamiento religioso, es debido a que éste transforma las condiciones de la actividad psíquica del hombre. Y éste al verse transformado, muta lo que le rodea.
Coloca, por encima del mundo real, en el que transcurre su vida profana, otro que solo existe en su pensamiento y al que atribuye más dignidad que el real. Es decir, que la formación del mundo ideal es un producto de la vida social. “Para que una sociedad cobre conciencia de sí misma y mantenga al grado necesario de intensidad los sentimientos que así alcanza, debe reunirse y concentrarse ella misma. Una sociedad no puede crearse sin crear al mismo tiempo un ideal”.[2]De este modo, la sociedad se va haciendo y rehaciendo.
Nos advierte Durkheim del peligro de dicotomizar la sociedad ideal y la real, ya que es la misma. “Porque una sociedad no se compone sólo de la masa de individuos que la integran, es sobre todo, la idea que se forma de sí misma”.[3]
Pero estas ideas autogeneradas por la propia sociedad, son también autogeneradas por el individuo y reinterpretadas por el individuo y reinterpretadas por cada uno de ellos. La religión, como una idea social autogenerada, requiere de una síntesis, sui generis, de las conciencias de estos individuos para que la conciencia colectiva se dé. Pero la creación de esta síntesis dicotomiza el mundo de los sentimientos, ideas e imágenes, que cuando se crea, desarrolla y obedece a sus propias leyes. Lo que le ofrece una independencia tal que se permite a sí misma manifestar autoafirmaciones. Como son por lo visto, también la actividad ritual y el pensamiento mitológico.
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