Ésto es como Alaska.

Ésto es como Alaska.
Mismo frío, mismos habitantes.
Le tienen miedo a la oscuridad.
Y a los cero grados y bajando.
No salen cuando se pone el sol.

Yo ando con bufanda y tres capas.
Con mis cascos y mi perra a las dos
a menos cuatro. Y tan a gusto.
Hasta me alegro de que se queden
en casa contribuyendo a la telebasura.

Las calles son nuestras.
Y las noches son para perderse.
A cada paso un recuerdo
una esquina, unos soportales, las escaleras.
La voz de las campanas del reloj
que retumba en todo el pueblo.

Aquel banco...
Hace mucho que no entro al parque
lo miro de reojo, entre las verjas.
Ya no es el mismo.

Fumo y tengo perro.
No se puede jugar  a la pelota
ni montar en bici.
¡Ni hablar de pisar la hierba!
De momento los niños aún pueden entrar.

Me gustaba la noria y los columpios de hierro.
Luego pusieron esos de goma y plástico
y ya no me cabe el culo.
Exilio del parque.

Esos niños crecerán con más mentiras.
Sin tanta gravilla en las rodillas.

No sabrán quién es Niebla, ni Pebbles 
ni Panoramix ni ideafix.
Ni qué contiene una caja marca ACME.
Ni de dónde sacaba las botellas Pipi.

No habrán visto todas esas series americanas de serie B o C
tipo el Equipo A o El coche fantástico.
No sabrán lo que pasó en los noventa.
Como yo no viví los ochenta.

Ahora todo es virtual.
Y tienen móvil a los doce.
No llaman al timbre.
Se mandan un What's up!
Tienen Twiter y Facebook.
La Play y la Wii.

Yo iba a los veinte-duros
a comprar una pelota para echar la tarde.
Ahora ya no hay niños que sepan trepar a los árboles.
Parece que tampoco se puede.
Niños alienados de infancia.
Con gráficos de video-juego
en lugar de imaginación.

Los padres deberían arropar más a sus hijos
y leerles más cuentos que cuenten cómo es la vida.


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