Una cama turca en el comedor.

Estoy en casa,
me lo dice el suelo de madera,
el papel pintado en las paredes,
la foto de mi abuelo de niño,
con actitud chulesca.

Me lo dicen los radiadores calientes
y el reloj de cuerda,
el tic-tac de su péndulo
con el que me quedaba dormida,
en aquella cama turca,
en ese colchón de lana
que ya tenía mi forma.

Estoy en casa,
y me hablan los recuerdos,
la colcha azul prusia de la cama de mi abuela,
el sonido de sus pasos cortos
por el pasillo, sus manos finas
y esa bata roja que le cubría hasta los pies.

Estoy en casa y siento que ella sigue aquí.
Aunque sé que no es así, que se ha ido,
sé que siempre estuvo conmigo.

Suelo mojado.

Me asomo a la ventana
y veo suelo mojado.

Ya es de noche.

En invierno el sol se rinde antes
y es la luna la que lucha
entre las nubes por brillar.

El invierno es oscuro y húmedo.

Llegas a casa con los pies encharcados
y el frío en los huesos.

En días como hoy,
en la calle sólo hay gente con paraguas,
charcos y miradas perdidas.

Sólo he salido a comprar
huevos y cocacola,
a la tienda de la vuelta de la esquina
y tabaco en el bar de abajo.


Iba a ir a dar un paseo,
pero con tanta lugubréz,
se me han quitado las ganas.

He vuelto a mi habitación,
me he puesto ropa seca
y me he pasado el resto
del día viendo películas.

Cuando ya no me quedaban más,
que no hubiera visto antes,
me he dedicado a divagar.

A pensar en el aquí y en el ahora,
en el mañana, en el dónde
y en el con quién.

El invierno nos recuerda quienes somos,
me miré en un charco
y solo ví mi reflejo y una colilla
que alguien había tirado en él.

El invierno, frío,
que hace que hasta el sol se rinda.

El invierno, mojado,
que despluma a los árboles
y los deja en ramas.

El invierno oscuro, de luz artificial.

Quizá sean esas manos cálidas,
a las que soy casi una adicta,
las que me faltan.

Esas que me despiertan entre caricias,
cuando la luz de la mañana
entra por la ventana.

Que me dicen que estás conmigo
y que hay que levantarse porque el día,
va a merecer la pena.

.

Un viejo café.

Machado me mira,
cómplice, desde una foto
enmarcada.

Mientras, apoyada
en la máquina de tabaco
veo cómo se van vaciando
las copas.

Muchos otros y otras
rodean a Machado,
pero es él quien, colgado
sobre la cafetera,
regenta el lugar
con su bastón.